HISTORIA ANTIGUA:LA GUERRERA POLIS GRIEGA DEL PELOPONESO

SPARTA: Entre todas las ciudades griegas, Atenas y Esparta han representado un papel preponderante. De aquí que los latinos las llamasen los dos ojos de Grecia, y nos interesen, porque la rivalidad de entre ambas es el fundamento de la historia griega. En Atenas, el hombre fue principalmente un ciudadano apasionado de la libertad política, de la actividad comercial, del arte y de la literatura. En Esparta, fue únicamente un soldado que se ejercité sin descanso en las virtudes militares y estuvo siempre dispuesto a dar su vida por la patria.
Esparta o Lacedemonia, capital de la Laconia, fue una a modo de ciudad cuartel. Más bien que una ciudad, era un grupo de cinco aldeas situadas en las orillas pantanosas del Eurotas, que baja torrentoso de la meseta de Arcadia y atraviesa mansamente a Laconia. Esparta no estuvo nunca cercada de murallas, porque no tuvo necesidad de ellas. Laconia, cuyo centro lo &upaba Esparta, está, en efecto, rodeada de montañas; éstas son bastante altas y permiten que la nieve permanezca ah casi todo el año; además, las sen das transitables son muy raras y es muy fácil defender’ los desfiladeros. Ahora, si se añade que el valle del Eurotas es fértil y pueda alimentar la población, se comprenderá que Esparta fuera un campo atrincherado natural, en e que vivió un pueblo de soldados.
LOS ESPARTANOS: Los espartanos formaron parte de una invasión de dorios griegos del norte que, echados de su país por los tesalios, acometieron las penínsulas del Peloponeso y conquistaron las ciudades de los aqueos. Los dorios de Esparta tomaron el nombre de espartanos. Menos numerosos que los vencidos, hubieron que estar constantemente sobre las armas en medio de aquellas poblaciones sojuzgadas, a fin de conservar lo que habían conquistado.
Por consiguiente no les fue posible labrar la tierra no dedicarse al comercio. Fueron un ejercito invasor que vivía de lo que le daba el suelo gracias al trabajo de los vencidos y cuyo exclusivo oficio era la guerra. Todo en ellos era preparación militar. Fueron los guerreros mejor adiestrados y más heroicos de Grecia; pero desdeñaron el bienestar y la cultura intelectual porque, según ellos, corrompían las virtudes marciales. Su ideal consistió en formar una comunidad militar en la que cada cual, por disciplina, tuviera orgullo en sacrificar su libertad y su vida por el interés superior del estado.
LACONIOS PERIECOS E ILOTAS: El territorio de Laconia, dividido en lotes que no  podían venderse ni cederse, fue propiedad de los vencedores. Los habitantes de la llanura continuaron viviendo en su antiguo suelo en condición muy parecida a la esclavitud. Los de las montañas y del litoral, sometidos posteriormente, fueron tratados con menos dureza. En la población de Laconia hubo, pues, tres clases los espartanos (9,000 aproximadamente), los periecos (30,000) y los ilotas (unos 200,000). Sólo el espartano tenía derecho de ciudadanía; los periecos y los ilotas no eran sino súbditos.
Los periecos, es decir, la gente de alrededor, habitabais la frontera montañosa y marítima de Laconia, y parecen haber sido descendientes de los antiguos señores del país. Estaban repartidos en unos cien pueblos que se administraban por sí mismos. Podían poseer libremente sus tierras y gozar del fruto de su trabajo. Se dedicaban a la agricultura al comercio, a la industria, a la navegación y a todas las ocupacio9es prohibidas a los espartanos. Pagaban los impuestos y tenían obligación de servir en el ejército; no por ello les concedían el menor derecho político.
Los ilotas eran los antiguos laconios del valle. Los espartanos hicieron de ellos siervos, es decir, mitad libres y mitad esclavos. No vivían agrupados en pueblos, sino que habitaban en cabañas aisladas que podían edificar en las tierras que labraban, tierras que no les pertenecían, antes bien, eran ellos quienes pertenecían a la tierra y formaban parte de la propiedad. Cada año debían dar una parte de la cosecha a los dueños del fundo, pudiendo reservarse la otra parte. El único derecho que tenían era el de no poder ser vendidos.
Los espartanos trataban mal a esos infelices; en la guerra, empleándolos como sirvientes del ejército; en la paz, obligándolos a lleva vestidos especiales, y hasta prohibiéndoles cantar ninguna canción guerrera. Frecuentemente los forzaban a beber hasta la embriaguez para que el espectáculo de su degradación repugnase a sus propios hijos. A pesar de los malos tratos, los señores consideraban que era un peligro el hecho de que fueran tan numerosos, y les daban muerte valiéndose del menor pretexto. Se condenaba a muerte al ilota que poseía un arma o que se encontraba fuera de su casa después de la puesta del sol.
Su suerte era la misma que hoy cabe al labriego cristiano en Turquía europea. Todos los años y cada vez que los nuevos magistrados tomaban posesión de sus cargos, la gente joven tenía derecho de cazar ilotas, procedimiento que llamaban criptia, es decir, matanza secreta. El régimen de terror aplicado al ilota daba terror en esta clase social a sentimientos de odio y de vengaza. « Inmediatamente que se les hablaba de los espartanos, dice el historiador griego Jenofonte, no había uno que supiese ocultar el gusto que tendrían en comérselos vivos. »
FORMACION DEL PODER DE ESPARTA: Un estado militar como era éste, no podía soportar ni vecinos poderosos ni súbditos rebeldes. Las dos penínsulas de Laconia, Argólide y Mesenia, habitadas por otros conquistadores dorios, eran una amenaza para Esparta, y de aquí la serie de guerras contra Argos y Mesena, que sólo se terminó cuando los espartanos poseyeron todo el sur y el este del Peloponeso.
Las guerras más rudas fueron las de Mesenia en el siglo VII, que duraron cerca de veinticuatro años. Ciertos episodios eran célebres en la antigüedad, tal como el de Aristómenes, héroe mesenio que, cogido por los espartanos y arrojado a un precipicio, se salvó asiéndose a la cola de un zorro que le condujo en medio de las tinieblas a la boca de su guarida.
EL EJERCITO ESPARTANO: El instrumento de aquellas conquistas fue el ejército espartano, el primero de Grecia por su organización y disciplina. En efecto, en los otros pueblos no se era soldado sino en caso de necesidad en tiempo de guerra se armaba al ciudadano, y el ejército era tan solo una guardia nacional, mientras que los espartanos eran soldados de profesión. Acostumbrados desde su más tierna edad a la caza y a los ejercicios violentos, permanecían después en filas hasta los sesenta años. Dos veces al día tenían ejercicio o maniobras, y la paz la consideraban únicamente como una preparación para la guerra.
Los espartanos combatían a pie y formaban el cuerpo de los hoplitas. estos usaban casaca roja, coraza de bronce, casco que les protegía la cabeza y la cara, escudo de cuero cubierto también de bronce, y canilleras o botas de metal llamadas cnémidas, que les cubrían desde la rodilla ha la el tobillo. Tenían por armas, espada corta, como un ‘cuchillo de caza, y la lanza que medía más de dos metros de largo. En formación de combate se presentaban en línea de ocho en fondo; unidos los escudos unos contra Otros, formaban delante de los hombres una verdadera muralla. Dispuestos así en falange, y coronados de flores, acometían al enemigo al son de las flautas y cantando un canto de guerra llamado pean. Pero no empezaban el ataque sino después de haber sacrificado una cabra M buscado presagios en las entrañas de la víctima. Pasaban por invencibles a causa de su reputada fuerza y de su gran bravura.
La falange se dividía en batallones y en escuadras. Estas división era útil en las expediciones poco importantes y en los ejercicios, en los cuales desplegaban tal precisión que los otros griegos estaban maravillados. En realidad, los espartanos no tenían igual para las instrucciones de soldados y de compañía. En cuanto al arte de combatir, este se resumía en ir a la carga. La fuerza de las falanges espartanas residía principalmente en la costumbre de obediencia, de honor y de sacrificio que inspiraban a los espartanos las leyes, que llamaban leyes de Licurgo.
LICURGO: Licurgo vivió,, según se dice, en el siglo IX. Era un hombre honrado, puesto que, siendo de familia: real, había rehusado aceptar el titulo de rey en beneficio de un sobrino suyo del cual era tutor. Era un sabio, es decir un hombre instruido, porque había viajado por Creta, Egipto y Asia. Los espartanos, que se deshacían en guerras civiles, le pidieron leyes. Licurgo consultó en primer lugar el oráculo de Delfos que le animé llamándole amigo de los dioses. Redactó entonces la constitución que lleva su nombre y, después de haber hecho que los espartanos juraran respetarla hasta que él regresara, partió para no volver más. Esto es, sin duda, una leyenda, y hasta es posible que el mismo Licurgo no existiera; pero las leyes llamadas de Licurgo no dejaron por eso de ser la constitución de Esparta.
HOPLITAS EN MARCHA. Las leyes de Licurgo eran un conjuntoo de prescripciones minuciosas relativas no solamente al gobierno y a la administración del estado, sino también a la vida de los particulares y a la educación de los niños. Tuvieron por objeto:
1-Establecer en Esparta la autoridad de la aristocracia
2-Asegurar a los espartanos las tierras conquistadas a través de una excelente formación militar.
EL GOBIERNO: Antes de Licurgo, Esparta estaba gobernada por das reyes omnipotentes. Licurgo hizo de ellos personajes representativos, sin autoridad real. Los dos reyes fueron jefes de la religión y del ejército. Celebraban sacrificios y mandaban los ejércitos; en realidad, eran como los modernos reyes de Bélgica o de Inglaterra reinaban pero no gobernaban. El gobierno estaba en manos del Senado, consejo de 28 miembros, todos nobles y de sesenta años de edad. El Senado proponía y redactaba las leyes y después las sometía a la Asamblea del Pueblo, que se reunía una vez por mes. No habla allí discusiones y el pueblo manifestaba su acuerdo por medio de aclamaciones. Más tarde, el pueblo nombró cada año cinco Éforos o vigilantes, cuya función consistía en intervenir en los actos de los reyes y de los demás magistrados, que podían suspender o condenar; a además, acompañaban al ejército en campaña. De aquí que en Esparta el poder no perteneciese al pueblo ni a los reyes, sino a la aristocracia.
LEYES CIVILES: En teoría, los ciudadanos eran todos iguales, como los soldados de un regimiento. Licurgo quiso que no hubiese en Esparta ni ricos ni pobres, y distribuyó las tierras por lotes entre los ciudadanos, con prohibición expresa de venderlas. Los productos del suelo cultivado por los ilotas debían bastar a sus necesidades, y todo oficio les estaba vedado. De esta manera, desembarazados los espartanos del cuidado de ganarse el sustento, podían consagrarse enteramente a los deberes militares. Para evitar que se enriquecieran, estaban obligados a servirse’ exclusivamente de la moneda de bronce, que era pesada en extremo y tenía poco valor. A pesar de todo, hubo desigualdad en las fortunas y se formó en Esparta una aristocracia rica, cuyos miembros, y sólo ellos, se llamaban iguales.
EDUCACION DE LOS NIÑOS: El niño, destinado a ser un soldado, pertenecía más al estado que a su familia, al nacer era examinado por los ancianos de la tribu, que lo devolvían a la madre si estaba bien constituido; en caso contrario lo hacían arrojar aun abismo del Taigeto. Todas las madres educaban a sus hijos de la misma manera; no los envolvían y los acostumbraban a comer de todo y a no tener miedo de nada. Al cumplir el niño los siete años se entregaba al estado; el niño era entonces como un hijo de regimiento, que desde’ luego formaba parte de una clase mandada por el que se habla mostrado superior a los Otros alumnos por su inteligencia y su fuerza.
El estudio se tenía en poco en este género de educación. Se limitaba a enseñar a los niños a cantar y a explicarse con precisión; tratábase sobre todo de dar fortaleza y flexibilidad al cuerpo. Gracias a un’a serie de ejercicios graduados, los niños aprendían a correr, saltar y lanzar el disco o la jabalina. Después se ejercitaban en el manejo de las armas y en la danza guerrera llamada pirrica. Así se les acostumbraba a soportar’ sin quejarse el dolor, el frío y el calor, el hambre y la sed, la fatiga y Llevaban el mismo vestido en todas las estaciones, se acostarían sobre cañas que ellos mismos cortaban en el Eurotas, y no se lavaban ni perfumaban sino en los días de grandes fiestas. Se les alimentaba mal y les era permitido robar para aplacar el hambre; pero, silos encontraban robando, eran castigados severamente. Uno de ellos, que habla ocultado un zorro vivo bajo su túnica, se dejó morder el vientre antes que confesar el robo. Había también concursos de resistencia a los porrazo. Cada año recibían una vuelta de azotes delante del altar de Artemisa, y el vencedor era quien tardaba más en quejarse; sucedió que murieron algunos niños sin prorrumpir un quejido.
Estos niños tenían aspecto grave y ademanes mesurados. ‘Caminaban con los ojos bajos, y no tomaban la palabra sino cuando eran interrogados. Esta educación de hierro los preparaba a la disciplina militar.
VIDA DE LOS HOMBRES: Los jóvenes formaban parte del ejército a los diez y siete años; a los treinta eran considerados como ciudadanos y debían contraer matrimonio, sin dejar por ello de pertenecer al estado. El empleo del tiempo estaba fijado por los reglamentos. Llevaban uniforme y debían asistir todos los días a los ejercicios, consistentes en carreras, saltos y manejo de las armas. A este respecto, la institución más curiosa era la de las comidas publicas, que eran obligatorias para todos los espartanos, aun para los reyes; sin embargo, no se celebraban diariamente.
En esas comidas, los hombres se agrupaban por escuadras de a 15, y los que las componían eran en la guerra compañeros de tienda de campaña. Esas escuadras eran circulos a los que era muy difícil entrar y en los que se procedía a votación para aceptar un nuevo miembro, como sucede en los cuerpos de oficiales en Alemania. En las comidas públicas se comía la sopa negra, guisado célebre en toda Grecia, hecho con pedacitos de carne, grasa de cerdo, vinagre y sal. Pero la minuta podía aumentarse con productos de caza o con carne de las victimas, cuando había habido un sacrificio.
A esa vida austera debían los espartanos el carácter grave y digno -que tenían. Diriase que los envaraba su compostura heroica de viejos veteranos que afectan despreciar todo lo que los demás hombres aprendan o temen. No se inclinaban sino delante de los ancianos, que respetaban como a sus padres. Su lenguaje era voluntariamente rudo y sencillo, y su manera de responder, a la vez corta y mordaz, ha llegado hasta nosotros con el nombre de laconismo. Un argivo decía un día « Existen entre nosotros muchas sepulturas de espartanos », y un espartano le respondió "Entre nosotros no existe ni una sola de argivo" Filipo de Macedonia escribió a los espartanos : « Si entro en Laconia, destruiré vuestra ciudad. » — "Si... " respondieron los espartanos.
LAS MUJERES: Las jóvenes no eran educadas en Esparta menos severamente que los jóvenes. Estaban sometidas a los mismos ejercicios de los varones y asistían a sus concursos. Su vestido, que bajaba apenas hasta la rodilla, les permitía libertad en los movimientos. Su vida de ejercicios era motivo de burlas entre los demás griegos, que tenían a sus hijas cuidadosamente encerradas. Una vez casadas, resultaban esposas y madres de soldados. Eran muy reputadas por su energía y su abnegación. El amor maternal, en aquellas mujeres estaba supeditado por el amor a la patria; hubo alguna q’ue al saber al mismo tiempo la muerte de sus cinco hijos y la victoria de Esparta, exclamó « Tanto mejor: demos gracias a los dioses! », y otra que mató a su Hijo porque huyó del campo de batalla.
Lo que más caracteriza la condición de la mujer en la antigua Grecia es su constante estado de menor edad. En su existencia no había un solo momento en que gozara de los derechos civiles del ciudadano, pues siempre tenía un dueño que la gobernara. Cuando joven, dependía de su padre; casada pertenecía a su marido; viuda, estaba sometida a sus parientes o a sus hijos. Pero si hemos de juzgar por las pinturas de los poetas y por algunas anécdotas publicadas por los historiadores, diremos que la mujer tenía frecuentemente en la casa una autoridad considerable; tanto es así, que algunos personajes de comedia se quejan una vez casados, de tener no una mujer, sino una dueña imperiosa.
Jenofonte, en su tratado de Economía, nos describe un matrimonio ateniense tal como él lo concibe. Quiere que la mujer sea soberana en su casa, que tenga la dirección ae los esclavos y arregle a su antojo los gastos de la familia. Mas, a pesar de su empeño, no consigue presentar a la mujer griega sino como una buena gobernante. Salvo quizá en Esparta, donde la mujer, como hemos visto antes, era la primera en hacer que sus hijos fueran buenos soldados y buenos ciudadanos, las mujeres griegas representaron en la sociedad un papel harto secundario, su vida transcurría sosegada, monótona y obscuramente; las futilezas ocupaban para ellas un puesto más preferente que las ocupaciones más serias e importantes.
Mientras duró Esparta, la mujer permaneció fiel a la educación y a las costumbres particulares del estado. Muchas modificaciones se introdujeron en las leyes políticas o civiles de Licurgo; pero la regla de vida que él había impuesto a los espartanos se mantuvo e hizo de ellos los primeros soldados de Grecia y los verdaderos maestros de heroísmo de la humanidad.




Mercenarios de la Antigua Grecia

El modelo básico de los mercenarios durante el primer milenio a. C., es el griego, derivado de la transformación de las estructuras de organización social que propiciaron el surgimiento de las ciudades-estados (poleis) en sustitución del sistema palacial propio de la época micénica en que los guerreros dependían de un monarca, organización de la que pueden ser un reflejo los poemas homéricos.

La polis y la condición de ciudadanos implicó a todos sus habientes varones libres en la defensa del estado, surgiendo un nuevo tipo de guerrero, el hoplita, soldado de infantería pesadamente armado que combatía agrupado en un nuevo sistema de formación cerrada: la falange, alejada del combate heroico que, probablemente, caracterizó las batallas durante la Edad del Bronce.

Las armas de los nuevos guerreros, los llamados hombres de bronce, eran esencialmente el escudo redondo (hoplon), la coraza anatómica, el casco y las grebas, empleando una larga lanza como principal arma ofensiva y una espada para el combate a corta distancia, armas que ya se encuentran, en mayor o menor medida, en la iconografía micénica, especialmente en el Vaso de los Guerreros de Micenas, en el que ya se incluyen las piezas de armamento indicadas, difundiéndose el modelo de panoplia prehoplítica en otras áreas del mediterráneo oriental a través de las migraciones de finales del segundo milenio a. C., en las que pudieron tomar parte los Ahhiyawa identificados como griegos micénicos, siendo el relato de la lucha entre David y Goliat un claro ejemplo de la difusión de este tipo de armamento.

La organización de la guerra en Grecia derivada del nuevo sistema hoplítico se basaba en el combate cerrado y la formación compacta.

Las unidades variaron a lo largo del tiempo, pero un sistema representativo era el espartano. La dificultad y el tiempo necesarios para formar un hoplita propiciaría que el número total de ciudadanos que constituían el ejército, de no más de 9.000 espartiatas en el siglo VII a. C., descendiera hasta los 3.600 en el siglo IV a. C.

El sistema de división propio de los ejércitos ciudadanos se mantendrá entre los contingentes mercenarios como en el caso de los hombres reclutados por Ciro y mandados por Clearco. (Véase Anábasis de Jenofonte)

[editar] Los primeros mercenarios

Los hombres de bronce (kalkei andres) buscaron a partir del siglo VII a. C. soluciones para los problemas de subsistencia que se sucedieron en muchas poleis como consecuencia de las crisis económicas derivadas de la falta de tierra (stenochoria) y, tras descartar la emigración hacia las colonias del mediterráneo central, pusieron sus conocimientos técnicos al servicio de diversos imperios, desde Egipto a Babilonia y Lidia entre los siglos VII a. C. y V a. C., interviniendo alternativamente en las luchas entre los sátrapas persas y el Imperio Aqueménida durante el siglo V a. C., como en el caso del contingente mandado por Licón de Atenas que apoyó a Pisutnes de Sardes contra Darío II en el 420 a. C., o al servicio de éstos en las luchas entre las ciudades de Jonia y Atenas, como el contingente de epicuroi enviado por el sátrapa de Sardes en apoyo de los samios el 440 a. C., obteniendo un prestigio agrandado por la retirada de los mercenarios griegos por espacio de 15 meses desde Cunaxa hasta el mar Negro sin que pudieran ser derrotados.[1]

[editar] Auge del mercenariado

El éxito motivó la participación constante de mercenarios griegos en los ejércitos persas en diversas zonas del imperio, desde Egipto a Chipre y las satrapías occidentales, a lo largo del siglo IV a. C., hasta finalizar con el apoyo que Artajerjes III Oco prestó a la ciudad de Perinto asediada por Filipo II de Macedonia, enviando un ejército mercenario al mando del estratego ateniense Apolodoro que obligó a la retirada a los ejército macedonios.
Esta derrota, unida a la del cuerpo macedonio de Parmenio en la Tróade, en 335-334 a. C. ante los mercenario de Memnón de Rodas, pesó en el recuerdo y condicionó sin duda la actuación de Alejandro Magno en la batalla del río Granico el mismo año cuando masacró a los mercenarios griegos.

Creta, Etolia y Arcadia, alguna de las regiones más desfavorecidas de Grecia y que por ello contaban con menos recursos, fueron el origen de una gran parte de los mercenarios, uniéndose a la razón económica la política en muchos casos.

Los cambios en los gobiernos de las ciudades, el surgimiento de las tiranías, la inestabilidad en general, serán causa y efecto de la disponibilidad y contratación de mercenarios, soldados que, superado el concepto de la lucha por la patria que alumbraba el sistema del ciudadano en armas establecido por las poleis, combatirán esencialmente por su supervivencia.

Los mistophoros (los que cobran la paga, misthos), llamados también xenoi (extraños) por su origen, o apachar (auxiliares), caracterizarán con su presencia las grandes guerras mediterráneas hasta la caída definitiva de Cartago.

Jenofonte relata en la Anábasis la organización y estructura del contingente de mercenarios griegos (los Diez Mil) durante su retirada después de la muerte de Ciro II en la batalla de Cunaxa (401 a. C.), probablemente la acción más conocida de hoplitas griegos a sueldo.

Con todo, la gran época del mercenariado griego es la correspondiente al periodo posterior al final de la guerra del Peloponeso (431-404 a. C.), conflicto durante el que tanto lacedemonios como atenienses, y sus aliados, recurrieron a la contratación de mercenarios para completar sus ejércitos o reponer las bajas sufridas, empleando para ello contingentes de las más variadas procedencias, entre ellas la península ibérica.

[editar] El mercenariado

Tras la guerra del Peloponeso, un gran número de hombres fueron desmovilizados al finalizar sus contratos de alistamiento, con lo que perdieron su sistema de vida. A partir de este momento, un gran número de expertos hoplitas o auxiliares dorioforoi (los que portan lanza), tureophoroi (portadores de escudo oblongo o tureos) y peltastas (soldados de infantería ligera movilizados generalmente entre el campesinado caracterizados por usar un escudo pequeño o pelte), no teniendo otro medio de subsistencia que la guerra.

Plutarco indica que cuando Perseo de Macedonia reclutó mercenarios para enfrentarse a los romanos «se presentaron 10.000 jinetes y 10.000 infantes armados a la ligera, todos mercenarios, gentes que no sabían cultivar al tierra, ni navegar, ni vivir de la ganadería, que no ejercían más que un sólo trabajo y oficio, que consistía en combatir sin cesar y vencer a sus enemigos»,[2] se pusieron al servicio del mejor postor, sin importarles en muchos casos las razones de la lucha o el tener que enfrentarse a otros griegos, como en el caso de las batallas del río Gránico e Issos.

En la batalla de Issos, el núcleo profesional del ejército de Darío III estaba formado nuevamente por mercenarios griegos en número de 30.000 según las fuentes clásicas, aunque la cifra es sin duda exagerada. Junto a ellos los infantes pesados persas (kardakes) intentaron realizar las mismas funciones que los mercenarios. De hecho la carga de la falange griega al servicio de los persas estuvo a punto de hundir a la propia falange macedonia gracias a un error de Alejandro que separó en exceso su ala derecha del centro de la formación. No obstante, cuando la caballería macedonia consiguió derrotar al ala izquierda persa y atacar el flanco de los mercenarios, el centro persa se hundió provocando la huida de Darío III, aunque una parte del ejército consiguió mantenerse unida y embarcar en Trípoli.

En la batalla de Gaugamela (331 a. C.) los mercenarios griegos, aunque en número más reducido continuaban formando en el centro del dispositivo persa, a ambos lados del contingente mandado personalmente por el rey. Los supervivientes, mandados por Patron de Fócida y Glauco de Etolia, mantuvieron su fidelidad al rey persa incluso en su huida hacia la Bactriana, se entregaron a Alejandro Magno después del asesinato de Darío III por Besos y fueron exterminados por el ejército de Alejandro Magno.

En la batalla del Gránico, el contingente de hoplitas mercenarios griegos se elevaba, probablemente, a 5.000 hombres, mandados por el rodio Memnón, que permaneció en la segunda línea sin intervenir en el combate. Rodeados por la infantería y caballería macedonias, la mayor parte fueron exterminados pese a que intentaron pactar un acuerdo para sumarse a las filas del ejército de Alejandro, enviándose un contingente de 2.000 hombres como esclavos a Macedonia.

Polieno, indica que el contingente de mercenarios a las órdenes de Memnón durante el asedio de Magnesia era de 4.000 hombres (335 a. C.).[3]

Los mercenarios griegos fueron, sin duda, una tropa muy apreciada y temida, pero también odiada y despreciada. Cuando los siracusanos recurrieron a la antigua metrópoli, Corinto, para librarse de la tiranía, la polis ístmica alistó y envió a Sicilia un contingente de hombres mandados por Timoleón reclutados en diversas zonas de Grecia, incluyendo incluso a los odiados guerreros que habían participado en el saqueo del santuario de Delfos, tropas que combatieron de forma excelente contra los cartagineses, pero cuya pérdida no se consideró una desgracia sino un justo castigo a sus acciones.[4] La propia Cartago, después de padecer severas derrotas a manos de los mercenarios griegos, incluyó diversos contingentes en sus tropas, destacando sin duda el papel del lacedemonio Jantipo durante la expedición de Marco Atilio Régulo a África durante la Primera Guerra Púnica, pero fue incapaz de mantenerlo como comandante de las tropas por las envidia suscitada entre los cartagineses por sus éxitos y el temor a que interviniera en la política interna de la colonia tiria.

La fidelidad de los mercenarios se establecía, obviamente, a través de la paga.[5] El misthos consistía en una soldada establecida en el momento del contrato cuyo montante variaba según las circunstancias.

Los hombres dirigidos por Jenofonte tenían establecida una retribución de un dárico mensual, equivalente a cinco óbolos diarios, o 25 dracmas al mes, paga que no varió en exceso a lo largo del siglo IV a. C.

La paga se completaba, como es lógico, con las rapiñas producto del botín que incluía el saqueo de ciudades, campamentos, prisioneros y muertos. Pero también en ocasiones, la manutención (sitos) cuyo abono convertiría en neta la ganancia de la soldada.

El reparto del botín era organizado por el general de cada ejército que nombraba una serie de negociadores extraídos de entre la oficialidad para que llevaran a cabo las transacciones de lo obtenido con los comerciantes que acostumbraban a seguir a los ejércitos para aprovecharse de los despojos que los vencedores solían saldar a bajo precio, dado que acarrear el botín impedía la movilidad de los contingentes, y podía convertirse en una de las causas de su derrota al pensar más los soldados en conservar sus ganancias depositadas en el campamento que en luchar, motivo por el cual, en otras ocasiones, los generales obligaban a desprenderse de sus bagajes a las tropas dejándolos en las bases de operaciones del ejército para incentivar así a los soldados a obtener el triunfo y poder regresar tanto a sus hogares como junto a sus bienes. Como en el caso de Aníbal, cuyo ejército dejó los equipajes a recaudo del cuerpo de observación del Ebro, bienes que fueron saqueados por los romanos tras su victoria en la batalla de Cissa (218 a. C.)

Uno de los casos más significativos respecto a la obtención de botín lo constituyó el campamento del ejército persa de Mardonio capturado por los griegos tras la batalla de Platea (479 a. C.):

Ellos, se dispersaron por el campamento persa y encontraron tiendas recamadas con oro y plata, lechos con incrustaciones de oro y plata, y cráteras , copas y otras vasijas de oro; encontraron en unos carros, sacos en los que aparecieron calderos de oro y plata; despojaron a los cadáveres que yacían en el suelo de sus brazaletes, de sus collares y de sus espadas, que eran de oro [probablemente la vaina ya la empuñadura], y no daban importancia a las ropas de variados colores. Allí los hilotas robaron muchos objetos y los vendieron a los eginetas[...] de modo que las grandes fortunas de los eginetas tuvieron ese origen,[6] pues compraron a los hilotas el oro a precio de bronce.

La costumbre en los ejércitos de las poleis griegas consistía en reservar una parte o décima del valor del botín obtenido para consagrarlo en el templo de una divinidad como muestra de agradecimiento por la protección recibida que les había permitido alcanzar la victoria. Los ejemplos son numerosos: Heródoto, describe esta práctica tras la victoria sobre la flota persa en aguas de Salamina el año 480 a. C.:

Ante todo, apartaron para los dioses, entre otros presentes, tres trirremes fenicias, para dedicar una en el Istmo, otra en Sunión y otra en Ayante, en la misma Salamina. Después d esto dividieron el botín, enviaron las primicias a Delfos y con ellas hicieron una figura de un hombre que tenía en la mano un espolón de nave, de un tamaño de doce codos
Heródoto op. cit. VIII, 121-122

.

Otros ejemplos corresponden a las ofrendas de Pausanias tras la victoria de Platea: Después de reunir todas las riquezas, apartaron el diezmo para el dios de Delfos , y con él se ofrendó el trípode de oro colocado sobre la serpiente de bronce de tres cabezas, muy cerca del altar. También separaron una parte para el dios de Olimpia, con la cual ofrendaron un Zeus de bronce de diez codos de alto, y otra para el dios del Istmo, con la que se hizo un Poseidón de bronce de siete codos.[7]

La misma práctica, integrante del agon griego, se llevará también a cabo en las guerras entre siracusanos y cartagineses, puesto que, por ejemplo, el tirano Gelón de Siracusa, después de su victoria, en 480 a. C., en la batalla de Hímera entregó en el santuario de Apolo en Delfos un trípode de oro por valor de 16 talentos.

Otras partes del botín correspondían al general del ejército y al propio Estado para sufragar los gastos de la guerra y,[8] por último el resto se repartía de forma proporcional o igualitaria entre los mercenarios, ya que en los ejércitos formados por ciudadanos era el Estado el que obtenía el producto de la venta del botín.

Cuando la situación lo requería, ante un combate decisivo, la defensa o el asedio de una ciudad, los generales solían prometer complementos específicos por actos de valor o aumentos generales de la paga para incentivar a los hombres. Ciro II prometió a cada soldado cinco minas de plata (500 dracmas) y el sueldo completo hasta el regreso a Jonia cuando los mercenarios se rebelaron al descubrir que marchaban contra Babilonia. Posteriormente prometerá nuevos pagos indicando que «lo que temo no es que me falte qué dar a cada uno de los amigos si las cosas salen bien, sino que no tenga suficientes manos a quienes dar. Por otra parte, a cada uno de vosotros, los griegos, os daré una corona de oro».[9]

Dionisio I de Siracusa entregó la ciudad de Motia al saqueo de sus hombres con el fin de que estuvieran más predispuestos a combatir en futuros encuentros sabiendo que su general les permitiría hacerse con un buen botín.[10]

Sólo en casos muy excepcionales, como el de Eumenes II de Pérgamo, se incluían otras compensaciones, como la limitación de la duración de la campaña a 10 meses, retribuciones para los huérfanos de los muertos en combate, o precios fijos en los alimentos (especialmente el trigo y el vino) que los mercenarios debían adquirir. Sin embargo, la máxima reclamación de los mercenarios era la obtención de tierras para poder instalarse con sus familias, cambiando la prestación militar por la condición de propietario agrícola. El sistema, similar al de los clerucos organizado por Atenas para asegurarse el control de determinadas áreas del Egeo, no era sostenible por cuanto el transcurso de los años restaba capacidad militar a los guerreros reconvertidos en campesinos estacionales, y el estado debía afrontar nuevos dispendios para mantener la fortaleza del ejército.

Junto a la paga, y en los momentos en que la fidelidad de los mercenarios empezaba a flaquear, se recurría al sistema de dejarles rapiñar en las zonas próximas a los campamentos, como explica Jenofonte:

Mientras tanto salían todos los días con acémilas y esclavos y se traían al campamento, sin ser inquietados, cebada, trigo, vino, legumbres, mijo e higos; este país producía de todo, excepto aceite de oliva. Cuando el ejército estaba en el campamento se permitía a los soldados salir en busca de botín, y en estas salidas cada uno se apoderaba de lo que podía. Pero cuando salía el ejército entero, parte de lo que cada uno cogía se consideraba como propiedad común.
Jenofonte, Anábasis, VI, 6.

Pese a las remuneraciones, la fidelidad de los mercenarios dependía en muchos casos de las posibilidades de victoria, produciéndose frecuentes cambios de bando durante las campañas y deserciones. Existen múltiples ejemplos de deserciones. En la aproximación de Timoleón a Crimisos (341 a. C.), 1.000 de sus 4.000 mercenarios «se asustaron durante la marcha y se retiraron, persuadidos de que Timoleón había perdido el juicio y se había vuelto loco, al intentar atacar con 5.000 infantes y 1.000 jinetes a un ejército de 70.000 hombres y de llevar a su ejército a ocho días de marcha de Siracusa, puesto que a esa distancia no existía salvación en caso de derrota».[11]

El mejor sistema para impedir las deserciones era mantener a las tropas pagadas y abastecidas siguiendo la norma impuesta por Ifícrates, general ateniense del siglo IV a. C., al que se atribuye la remodelación de las tropas de fortuna introduciendo en gran número las tropas de infantería ligera (peltastas) y una infantería de línea basada en los hoplitas pero con armamento menos pesado.

Ifícrates mandó un ejército de tierra y mar numerosísimo, y le retenía la cuarta parte del sueldo de cada mes, que se guardaba como garantía para que nadie abandonase al ejército. Así siempre tenía en su ejército numerosos soldados y sin apuros económicos.
Polieno, Estratagemas III, 9, 51

Aunque en muchas ocasiones los castigos por el abandono no eran expeditivos, dado que el soldado entrenado, si la paga era buena y la causa tenía posibilidades de triunfar podía volver a emplearse pasado un tiempo. El propio Timoleón castigaba sólo con la expulsión a los que hicieron defección de su ejército antes de la batalla del Crimisus contra los cartagineses, aun sabiendo que el concurso de las tropas que se negaron a seguirle hubiera podido ser decisivo en el combate.[12] Y Ciro no tomó represalias sobre las familias de los mercenarios mandados por Jenias de Arcadia y Pasión de Megara que le abandonan en Miriando durante su marcha sobre Babilonia.
Era preferible, en todo caso, que los mercenarios y los aliados fueran de confianza.

[editar] Peltastas

Artículo principal: Peltasta

No todos los mercenarios reclutados en Grecia eran hoplitas. Las derrotas sufridas durante las guerras de los siglos V y IV a. C. de algunos contingentes de hoplitas espartanos a manos de tropas ligeras, peor armadas pero más móviles, como en la batalla de Esfacteria (421 a. C.), o durante las campañas de Ifícrates de Atenas en la Guerra de Corinto durante la que obtuvo la victoria de Lecaón (390 a. C.) causando un 50% de bajas a una unidad de 600 hoplitas lacedemonios, y la costumbre de que el equipo corría a cargo de los propios guerreros, contribuyó a una variación fundamental en el concepto de mercenario.

Si bien subsistió la idea de la falange mercenaria, adoptada por Siracusa durante las guerras para la expulsión de los tiranos (siglo IV a. C.), Cartago en el mismo periodo, o Persia al inicio de la guerra contra Alejandro Magno (343-330 a. C.), se produjo el desarrollo de un nuevo tipo de mercenarios: los peltastas pesados, empleados indistintamente como fuerzas de infantería de línea o de infantería ligera.

Los peltastas, en el momento de su aparición en los ejércitos griegos durante el siglo V a. C., eran guerreros tracios armados con un equipo ligero compuesto por botas de fieltro o cuero, túnica corta, un escudo de madera o mimbre con la parte superior recortada en forma de creciente lunar, jabalinas de entre 110 y 160 cm de longitud, y una lanza algo más larga que lanzaban por medio de un propulsor.[13] Muy útiles para lanzar un gran número de proyectiles combatiendo en orden abierto contra los grupos de hoplitas con el objeto de desbaratarlos, eran, sin embargo, vulnerables en un combate directo que siempre se intentaba evitar mediante una rápida retirada que permitiera volver a encarar a la formación hoplítica para acosarla constantemente hasta provocar su ruptura por cansancio. Su presencia entre las tropas de la expedición de Ciro reclutadas por Clearco es una de las últimas menciones a las mismas.

Los nuevos peltastas pesados incorporaron a su equipo elementos de la panoplia como el escudo circular (hoplon) y la lanza larga, pero se desprendieron de las pesadas corazas y cnémidas (grebas) para aumentar la movilidad. Los cascos de fieltro o cuero sustituyeron en muchas ocasiones a los cascos de bronce.

Los tureoforoi, soldados de infantería ligera armados con un escudo oval (tureos) constituirían la prolongación conceptual de los peltastas pesados hasta época helenística. No sólo se constituyeron nuevas tropas polivalentes capaces de tomar parte en combates en línea y luchas irregulares, sino que desempeñaron un papel destacado otros tipos de guerreros, los arqueros y los honderos.

[editar] Arqueros y honderos

Durante la tiranía de Pisístrato en Atenas (560-527 a. C.), el tirano reclutó una fuerza de arqueros escitas con el objetivo de prestar apoyo a los hoplitas atenienses, confiriéndoles un poder de fuego del que carecían. No obstante, la principal función de los arqueros fue la de ejercer como fuerza de orden público en Atenas, siendo su imagen muy común en la decoración de la cerámica ática.

Su presencia entre las tropas atenienses fue de corta duración, ya que no figuraronn en la composición del ejército que combatió en Maratón (490 a. C.) y, por el contrario, se encuentran en el listado de tropas de Jerjes II que toman parte en la invasión de Grecia (480 a. C.) según el relato de Heródoto, bajo el nombre de sacas.[14] El arma de los arqueros escitas era el arco compuesto de cuerpo doble convexo, fabricado mediante una combinación de hueso, madera, asta, tendones, corteza y cuero. Surgido durante la Edad del Bronce en el Oriente Próximo, marcará una época de la arquería a pie y a caballo destacando su empleo por múltiples pueblos, desde los partos que lo emplearon profusamente en su victoria de Carrhae (53 a. C.) frente al ejército romano de Marco Licinio Creso Dives, a los persas sasánidas. Los escitas disponían de diversos tipos de proyectiles con puntas de bronce o hierro, macizas o con aletas, según la función, que guardaban en un carcaj (gorytos) decorado.

La arquería en el mundo griego fue ejercida especialmente por los cretenses, ampliamente empleados en la guerra del Peloponeso y presentes en la retirada de los Diez Mil, aunque es probable que, con el tiempo, el concepto cretense referido a los arqueros no correspondiera tanto a una unidad cohesionada por su origen territorial, sino que se refiriera a un tipo concreto de soldado en función del arma empleada; de forma similar a las citas en las fuentes romanas referidas a los honderos baleares que, tras una primera fase, se referirían a todos aquellos guerreros especializados en el combate con hondas.

Los cretenses descritos por Jenofonte llevaban además del arco compuesto una vestimenta ligera y un escudo de bronce de pequeño tamaño (pelta) que emplearían en el combate cuerpo a cuerpo, citándose también cretenses armados con pequeños escudos (aspidiotai) al servicio de los seléucidas a finales del siglo III a. C., con corazas entre las tropas de Antíoco III mandadas por Polixénidas de Rodas e incluso entre las tropas del rey macedonio Perseo derrotadas en la batalla de Pidna (168 a. C.) por Lucio Emilio Paulo, donde los cretenses fueron, por codicia de los tesoros del rey, los últimos en abandonarle.

Pese a la concepción del combate cerrado característico de las poleis y el supuesto desprecio hacia el empleo del arco como arma noble, siguiendo la tradición literaria que lo considera un arma «afeminada»,[15] existen ejemplos del empleo de arcos por soldados con armadura completa claramente identificables como hoplitas, en un dinos atribuido al Pintor de Altamura (c.450 a. C.) y, especialmente, en el Monumento de las Nereidas de Janto (c.400 a. C.), en que dos arqueros protegidos por corazas de lino (linothorax) y cascos corintios protegen la escalada de los hoplitas a las murallas.

Los honderos formaban también unidades especializadas de mercenarios. Junto a los rodios, aqueos y acarnienses obtuvieron justa fama ya durante la guerra del Peloponeso por la potencia y precisión de su tiro, como el contingente del golfo de Melida reclutado por los beocios antes del asedio de Delio.

Aunque es en la Anábasis donde se muestra con mayor claridad la necesidad de disponer de honderos para hacer frente a las acometidas de las tropas de Mitrídates,[16] llegando los comandantes de los mercenarios griegos a primar a los soldados, especialmente peltastas, que aceptaron constituir la unidad de honderos del ejército en retirada, demostrándose su utilidad en la batalla de Drilae donde lucharon intercalados con los hoplitas.

Los mercenarios griegos constituían a pesar de su diversa procedencia, un grupo hasta cierto punto uniforme debido al hecho de compartir elementos correspondientes a un mismo ethos y, especialmente, a proceder de un sistema de combate común.

Las dificultades que Ciro tiene para transmitir sus órdenes al contingente mercenario reflejadas también en las experiencias de Orontes (385 a. C.) con contingentes mercenarios griegos y bárbaros, como el ateniense Cabrias con mercenarios griegos y soldados egipcios (384-382 a. C.) se multiplicarían en el ejército cartaginés.